Gárgolas insomnes

Julio 10 de 2007

Letras Libres en la Cineteca Nacional

En la Cineteca Nacional hay ejemplares gratuitos de Letras Libres, lo cual me plantea varias posibilidades: a) que la revista de los Krauze y compañía no se vende y hay que regalarla para que alguien la lea; b) que el público de la cineteca es demasiado culto como para leer esa cosa y nomás regalada llega a sus manos, lo cual no quiere decir que la lea; c) que García Tsao está compartiendo un regalo que le hicieron los Krauze por hablar bien de ellos; d) que García Tsao compró un lote de Letras Libres a cambio de que los Krauze hablen bien de él...

En fin. Variando y desvariando las posibilidades, se me ocurre que, según los Krauze y su mafia, el público de la cineteca simpatiza con García Tsao y su mafia (lo cual sería tanto como creer que el público de Radio Educación simpatiza con Lidia Camacho y su mafia). Quizá los Krauze fueron a ver una película del ciclo de "humor irreverente" y, al escuchar las estúpidas risas, pensaron que allí había lectores potenciales de su revista. Quizá fueron a ver alguna de las grandes obras que destrozan allí olímpicamente y con total impunidad y, al observar que nadie protestaba, se dijeron: "Han de ser adeptos de nuestra causa".

Lo cierto es que Letras Libres debería llamarse más bien Letras Liberales o, mejor aún, Letras Neoliberales. De tanto promover la aniquilación del mundo árabe en aras de la comodidad judía y mostrar el cobre de su ideología y reaccionar cada vez que algo acciona y comprar mercenarios de "izquierda" (neutros, tibios, ambiguos, acomodaticios y demás por el estilo) para su ejército de intelectuales de derecha, tan hábiles en el mimetismo camaleónico como diestra es la CIA en el oficio de infiltrarse y destruir desde adentro todo lo que se mueve con vida propia... De tanto ir el cántaro al agua, decía, al fin se rompió. O ¿alguien ha olvidado el episodio de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara (2002), "secuestrada por la delegación cubana" (Krauze dixit), cuando el público se enteró de que la revista Encuentro, contraparte de Letras Libres, tenía financiamiento de la CIA, y su director, punto menos que un genio, envió una carta a La Jornada y otros diarios aclarando que su relación con la agencia de "inteligencia" gringa era indirecta? O sea, sí pero no mucho, nomás tantito. ¿Por qué no suponer entonces que los Krauze y Cía. reciben, por su parte, dinero del Mossad?

Cuando Enrique Krauze propuso que México participara en la destrucción de Irak a cambio de un acuerdo migratorio con el gobierno gringo, un antiguo colaborador suyo me dijo que, si algo buscaba este personaje, no era la embajada de México en Estados Unidos o por lo menos un consulado (un consolador, en su caso) para luego invertir los papeles, como hacen los traidores y como anunciaba y denunciaba yo, sino simplemente asegurar su visa y la de su familia. ¡De ese tamaño es la mezquindad de esta gente! O ¿alguien ha olvidado que el "historiador" recomendó la amnesia con respecto a los crímenes del pasado (68, alconazo, guerra sucia...) para empezar una nueva vida "democrática" sin rencores?

Los Krauze y Cía. son partidarios de asesinar niños y mujeres en Irak y donde sea, siempre que sean árabes. Letras Libres promueve, desde la "cultura" (como llaman a la imbecilidad que infesta la televisión y la radio, los periódicos y las revistas), la "libertad" como eufemismo de la destrucción del planeta y la degradación humana, la militarización con patrañas como las de Bush y Calderón (la pesadilla de Orwell), la intervención gringa en México, el capitalismo en Cuba...

Antes de escribir estas líneas, busqué el índice del ejemplar que tomé del mostrador en la dulcería, toleré ocho páginas consecutivas de publicidad a cuatro tintas, confirmé que Gustavo García, desde hace años, no escribe más en este pasquín de lujo y lo eché a la basura o, mejor dicho, lo junté con la demás. Estoy seguro de no haber privado a nadie de la libertad de leer lo que ahí se dice porque, al salir de la sala de cine, había casi la misma cantidad de ejemplares que cuando llegué y nadie, ni siquiera por el vistoso nombre de Vargas Llosa, quiso llevarse. Por lo visto, el público cinéfilo que concurre en este recinto no es admirador de los Krauze.

[] Iván Rincón 4:14 AM

Julio 6 de 2007

Por fin he visto El violín, de Francisco Vargas. Con su desorganización habitual y la presencia del director y varios actores (entre quienes brilló por su ausencia don Ángel Tavira) y colaboradores, la Cineteca Nacional exhibió hoy la película con una copia mala y en un formato que, por gestión de los realizadores, será otro la próxima semana. La película me gustó, pero coincido con Hermann Bellinghausen en la apreciación de que Francisco Vargas no tiene mucha idea de qué es una guerrilla ni una comunidad indígena (aunque él mismo dice a los cuatro vientos que su mujer es etnóloga... ¡ah, bueno!).

Después de la función hubo una charla entre el director y el público (afortunadamente, no estuvo presente Leonardo García); los actores y demás hicieron un papel de comparsas, y Francisco Vargas se mantuvo a la defensiva, me parece, o es más bien un soberbio, impermeable al más mínimo reclamo. Después de felicitarlo por la aceptación del público y la crítica, le pregunté si el relato de don Plutarco ("en el inicio de los tiempos", etcétera) estaba inspirado en el viejo Antonio, y contestó, en resumidas cuentas, que así como el viejo Antonio estaba inspirado en el Popol Vuh y la cosmogonía maya, el relato de don Plutarco tenía un valor universal, por lo que supongo -eso no se lo pregunté- que el viejo Antonio, según él, es un personaje inventado por el subcomandante Marcos. Le dije que me había molestado particularmente la secuencia en donde entrenan igual y al mismo tiempo, como en un juego de espejos, el ejército federal y la guerrilla, como si fueran la misma cosa o pudieran equipararse de esa forma, y contestó que quizá la guerrilla que yo conozco no es así, pero la que él conoce sí. Le pregunté qué opinaba de las críticas de Bellinghausen en el sentido de que un ejército de ocupación en una región indígena tenía como principales aliados a la prostitución y el alcoholismo, y que difícilmente un grupo guerrillero conseguiría sus armas en el mercado negro acudiendo a una cantina-prostíbulo, y contestó que no tenía porqué apegarse a la realidad, que era una película, no un documental. Y al señalamiento de que su película mostraba a los indígenas como ingenuos y torpes, contestó que no eran indígenas ni torpes, que era la historia de un señor que quiso ayudar a su gente y cometió un error.

Entre otras cosas, me faltó hacer un comentario sobre la pistola que los soldados le dan a don Plutarco, "pa' que se eche un taquito en el camino". Que alguien me explique eso, por favor, que no lo entiendo y, por más interpretaciones que le doy, ninguna me convence, como tampoco me convence la apasionada defensa que hace Francisco Vargas de su trabajo.

En fin. Me quedé con la impresión de que, en vez de hacer una buena película, su director y guionista quiere convencer personalmente al público mexicano de que hizo una buena película (el reconocimiento internacional lo respalda). Yo diría que es un trabajo interesante, pero que su autor haría bien si fuera más receptivo, si estuviera más abierto y aceptara las críticas, porque son válidas y son muchas. Al final de la charla, que fue bastante larga, se le salió su yo con una broma por demás elocuente y torpe, como sus personajes campesinos que no son indígenas ni torpes. Dijo: "Si les gustó la película, recomiéndenla, díganle a la gente que venga a verla, y si no les gustó, cállense, no digan nada".

Sobre todo por el fenómeno actoral de don Ángel Tavira, a mí sí me gustó la película... pero no mucho, y por eso lo digo.

[] Iván Rincón 11:29 PM

Junio 30 de 2007

Hay que escribirle a Y'ahali, pensé, a ver si ya contesta con palabras suyas, además de imágenes y textos escritos por otros. Hace una semana, mi papá me felicitó y envió felicitaciones de mi mamá; entonces recordé que era día de mi cumpleaños, y recordé también que no había abierto mis regalos de navidad. Que sigan así otro medio año, decidí, hasta la próxima navidad. Ahora tengo que terminar de leer dos libros, uno periodístico y otro literario; tengo que escribir el primero de una serie de artículos y un cuento seriado; tengo que arreglar la bomba del agua para reclamarle a mi vecina que arregle su calentador; tengo que asear el departamento, porque la saturación del aire no me deja respirar; tengo que hacer ejercicio porque la saturación mental no me deja dormir... y hay que escribirle a Y'ahali, que me envió una tarjeta postal animada. ¡Ánimo, chingao!

Pero hoy desperté con más dolor de cabeza que ayer. Algo están arreglando en la calle y han tenido que levantar el pavimento. El ruido de motores y taladros, picos y palas, gritos y demás, comienza cuando el efecto del somnífero está a la mitad, y lo interrumpe y, después de una hora de insomnio, tomo otro, y tres horas después, otra vez el insomnio, y otro... Me levanto en la tarde, cada vez más tarde, y empiezo a sentir que empiezo a despertar cuando, sin tregua de por medio, continúa el tráfago con una segunda racha y yo apenas llevo ocho tasas de té negro. Un grupo dizque musical ensaya a todo volumen desde las siete y termina a las once de la noche, según el horario de verano y las reglas que vigila una Junta de Vecinos que se parece tanto a la Carabina de Ambrosio como al Espíritu Santo. Durante esas horas, una vecina adolescente compite con el ensayo, a dos metros de mi piso, cantando al unísono de sus discos de rock. Un silencio con olor a escombro tiene su turno por fin a media noche y mis neuronas empiezan entonces a funcionar... al menos, eso creo.

Así como escribí hace poco acerca de olores y tufos que impregnan cajones y cajas en el sótano de la memoria, quiero escribir ahora sobre sonidos y ruidos importantes en mi vida cotidiana. Escribir, por ejemplo, sobre la experiencia de escuchar radio inclusive dormido y la de prescindir por completo de esa compañía; la experiencia de asumir el rumor de la ciudad en la madrugada como una íntima noción del silencio que los gatos rompen a veces con maullidos que al principio confundo con un llanto de bebé y al final me causan escalofríos, y la experiencia de aproximarse a la más violenta locura cuando lo atacan a uno con ruido por todas partes y el aire está viciado además con pestilencias. Escribiré al respecto en un momento de calma, y también le escribiré a Y'ahali.

Pero ahora he de buscar el algodón para taponarme los oídos por primera vez en mi vida antes de que empiece de nuevo la guerra. Curiosamente, en el fragor de los combates, he tenido sueños bastante intensos. Entre otras cosas, soñé que un monstruo con cara de pejesapo salía del mar y tragaba todo cuanto había al alcance de su hocico gigante y hediondo, y que ese monstruo era Elba Esther Gordillo. En otro momento, soñé que yo era una pitón albina y metía la cola entre las nalgas de Salma Hayek. Quizá medio despierto, soñé también que escribía un alegato en favor de castrar a los curas pederastas y encarcelarlos de todos modos con la sádica intención de conocer el comportamiento de los demás reos al verlos bañarse sin sus armas. Por supuesto, no escribiré eso. Nada más dormido y bajo fuego cruzado se me ocurre semejante idea. Prefiero escribirle a Y'ahali... más tarde, porque, una vez superado el cansancio y vencida la migraña, el colon me reclama por tanto té negro.

Leyendo a Gabriel García Márquez supe que a su admirada paisana, Shakira, se le inflama el colon a veces, cuando está bajo presión, lo cual me hizo sentir un pendejo que se consuela con el mal de otros, y leyendo también a García Márquez me encontré con la imagen de unos "sauces desconsolados", pues no ha de servirles para nada el mal de los demás y, peor aún, quizás por eso lloran. Con esa imagen trataré de abstraerme unas horas de la realidad, como los filósofos, que viven en la luna, y dormir hasta que un gajo de luna se desprenda y caiga yo en la calle, o un pedazo de calle me caiga encima. Hasta entonces le escribiré a Y'ahali, que no soportó el ambiente de intelectualidad inútil en la facultad de filosofía de la universidad veracruzana y regresó a seguir luchando contra la peor tiranía que ha padecido el pueblo de Oaxaca. A ver qué dice ella, si acaso dice algo. Vaya pues. Venga.

[] Iván Rincón 8:05 AM

Junio 20 de 2007

Me aproximaba una cálida tarde al Jarocho de Coyoacán -de paso rápido, porque la gente que allí concurre me repele cada vez más- cuando salió una mujer morena y alta, de unos 28 años, cabello corto y lentes de miope, caminando lentamente con su café en la mano, sin un ápice de gracia, ni el más mínimo encanto, ni asomo alguno de feminidad. Obesa y torpe, su rostro era tan inexpresivo como su cuerpo. Todo eso y un aire irrespirable de ratón de biblioteca me hicieron creer que se trataba de cierto personaje patético y nefasto al que detesto (valga la redundancia y la cacofonía), por lo que, sin otro estímulo que mi odio infinito, caminé un paso atrás de ella, hasta que sintió mi vibra y se detuvo; la rebasé y tomé impulso para patear la base del vaso hacia su cara, que primero miré rápidamente, y entonces me contuve. No era el personaje patético y nefasto al que detesto, pero su miedo resultó por el estilo y, en una reacción histérica, hizo saltar el café y se quemó las manos, soltó el vaso, y la bebida salpicó sus horripilantes zapatos. Yo continué intacto. Ella evitó a toda costa volver a verme, dio media vuelta y se alejó de su desastre con la inefable sensualidad de un hipopótamo (valga la comparación ofensiva... que ofende a los hipopótamos, por supuesto). Ni hablar, pensé. ¡Qué mala onda! Quizás esta mujer nunca le ha hecho daño a nadie y, por el contrario, es una víctima, una mártir, que lucha por la justicia social y esas cosas, tiene paliacate rojo y todo eso. Ni hablar. La próxima vez pondré más atención y tendré más cuidado. Se los prometo. Pero, por lo pronto, ¡suerte que alcancé a dar un paso atrás antes de que el café se esparciera por el suelo! ¿No creen?

[] Iván Rincón 9:43 PM

Junio 10 de 2007

Crónica de una desgracia

Subí corriendo las tambaleantes escaleras del puente peatonal rumbo al parque, mientras la mujer que, desde que vivo en donde vivo, es objeto de mi deseo, hacía lo mismo por el otro extremo. Vaya coincidencia, pensé. Y vaya que lo era, pues había soñado con ella unas horas antes, fundiendo nuestros cuerpos con recíproca pasión en un baño ruso. Ella corre todas las tardes hasta quedar literalmente derretida; yo hago gimnasia y la observo acercarse desde lejos y alejarse desde cerca una y otra vez. Nunca habíamos hablado; solo miradas y sonrisas; por lo mucho un "hola" y siempre una sonrisa. "¿Apenas?", me preguntó en esta ocasión. "Apeno", le contesté, y un destello en sus ojos de venado se sumó al sudoroso brillo de su rostro. "Cada día se me hace más tarde", agregué. "Hasta mañana entonces", dijo ella, y entonces descubrí la sorprendente belleza de su voz.

No había nadie más en el puente, afortunadamente, y había bajado cada quién por su parte, cuando escuchamos un estruendo estremecedor, un estrépito ensordecedor, y el impacto de un inmenso tráiler contra el puente cimbró la avenida y las colonias de la zona. El puente cayó hecho pedazos encima de varios carros, además de los que chocaron unos con otros, y el tráiler quedó partido en dos. Una espesa nube de humo y polvo hizo aún más confuso todo. La multitud comenzó a crecer alarmada en ambos lados de la avenida. Por todas las ventanas de los edificios se asomaba alguien. A los cinco minutos llegaron las primeras patrullas, que sumaron veinte hasta donde alcancé a contar. La primera ambulancia tardó unos minutos más y fueron ocho en total. La policía y los paramédicos actuaron rápido, pero con una torpeza exasperante.

Aturdido por la destrucción, todavía en el camellón que separa la vía rápida de la lateral, subí de nuevo el trozo de escalera que había quedado de pie y alcancé a ver dos grúas tratando de abrirse paso entre los coches aglomerados. A través de la polvareda y la humareda, escudriñé el otro lado de la avenida en busca del objeto de mi deseo, y allí estaba, con su pantalón negro de naylon y su camiseta negra sin mangas, su abundante cabellera color castaño y sus hombros y sus brazos desnudos y sudados. Le envié una señal con la mano y ella hizo lo mismo. Al vernos mutuamente sanos y salvos, nos dijimos adiós con otra señal; yo seguí mi camino al parque y ella el suyo a su casa. Desde luego, hemos tenido que cambiar nuestra ruta y, por desgracia, no hemos vuelto a coincidir.

[] Iván Rincón 4:25 AM